Fósiles Vivientes
No es extraño experimentar un profundo desconcierto la primera vez que uno se cruza con el término fósil viviente. Sin duda alguna, el concepto resulta problemático. Contradictorio en el mejor de los casos. Incluso se podría llegar a decir que falaz. Si nuestra intención fuera ser estrictos con el lenguaje, podríamos concluir que la expresión carece de lógica: no puede haber algo muerto que al mismo tiempo esté vivo. Además de que su significado no es del todo claro. Pueden suscitarse confusiones graves dado que un fósil es un remanente petrificado de lo que alguna vez estuvo vivo. ¿Nos estamos refiriendo a una roca bendecida con el don del libre albedrío? ¿Acaso proponemos la existencia de un milagroso mineral animado? Por supuesto que no. Aunque confieso que sería por demás interesante, dichas propuestas no tienen ningún sentido.
Es posible que el término se lo debamos, como otros tantos fundamentos biológicos, al buen Darwin; que lo utilizó cuando hizo mención del ornitorrinco y de un pez pulmonado sudamericano, en su exquisito Origen de las especies: “Y en agua dulce encontramos actualmente algunas de las formas vivas más anómalas que se conocen en el mundo, tal como el Ornithorhynchus y el Lepidosiren, que, como fósiles, ahora conectan hasta cierto punto con órdenes que se separaron ampliamente en la escala natural. Estas formas anómalas se pueden así llamar los fósiles vivientes”.
Lo que el gran científico inglés quería señalar con tal sentencia eran las peculiares características que demarcan a dichos organismos del resto de sus parientes cercanos y que parecen enlazarlos directamente con grupos taxonómicos completamente distintos a su estirpe. En el caso del ornitorrinco: la reproducción por medio de huevo, la presencia de pico en el rostro y el empleo de veneno como medio de defensa (así es, por sorprendente que pueda parecer, los ornitorrincos son venenosos; los machos cuentan con un espolón en las extremidades posteriores que utilizan para descargar una toxina poderosa). En el caso del Lepidosiren, Darwin se estaba refiriendo a la conformación ósea que estos peces poseen en sus extremidades superiores, que son similares a las que se observan en los tetrápodos terrestres, y a la presencia de pulmones.
Pero volviendo al tema en cuestión, desde que el término fuera acuñado a mediados del siglo XIX, y a pesar de su rotunda ambigüedad conceptual, se ha enraizado con fuerza dentro de la disciplina naturalista. No hace falta mencionar que los académicos más rigurosos se crispan al escucharlo; a fin de cuentas, aquello que está vivo por definición no puede ser un fósil. Pero no seamos tan rancios y demos una oportunidad al juego de palabras. La verdad es que estamos ante una constricción lingüística, un atajo comunicativo para designar varios posibles casos:
1) Organismos vivientes que guardan una similitud estrecha con el registro fósil que los representa. Es decir, durante un periodo de tiempo geológico extremadamente largo, aparentemente no han sufrido mayores cambios morfológicos y/o fisiológicos dentro de toda la especie. Por ejemplo, los famosos límulos.
2) Organismos que, hasta el momento sorpresivo del descubrimiento de algunos ejemplares con vida, sólo se tenía constancia de su existencia a través del registro fósil. Es decir, especies que se pensaba que habían dejado de habitar la Tierra en un pasado remoto y que, sin embargo, siguen vivas. En ocasiones referido en la literatura como el Efecto Lázaro, el caso más conocido es el del celacanto, un pez enorme de los profundidades oceánicas.
3) Los últimos organismos con vida de grupos taxonómicos que florecieron millones de años atrás. Especies que aún pueblan la tierra y que están completamente aisladas en términos filogenéticos del resto de seres vivos. Es decir, son los últimos representantes de árboles genealógicos que se conocen principalmente por sus fósiles. Como es el caso de la tuátara de Nueva Zelanda.
Quizás se podría decir que, bajo un escrutinio severo, las definiciones aquí ofrecidas no atinan a resolver el asunto. Y no voy a negarlo, pero estamos ante un término biológico escurridizo que cuenta con múltiples acepciones. Pero dejémonos ya de elaboraciones crípticas, aceptemos un poco de incertidumbre en el campo de estudio y comencemos de una buena vez con el catálogo de los fósiles vivientes más representativos de la fauna.
Ilustraciones de Ana J. Bellido
Colaboración publicada originalmente en el portal: Límulus.mx 2015
Posteriormente incluida como extracto en el libro: Faunologías, aproximaciones literarias al estudio de los animales inusuales Festina Publicaciones 2015, páginas totales 137 (ensayo literario).
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