De secuestradores de mentes y maestros titiriteros

Disertación sobre las telarañas mentales y los parásitos que controlan la voluntad

Para el gran Hugo Hiriart, distinguido artífice del teatrino y 

domador desaforado del prodigioso monstruo de la imaginación.

[Tres trompetas suenan dando anuncio al inicio de la obra]

ACTO I

Con la defensa de los parásitos ahora sí ya consolidada y esperando haber conseguido lavar su nombre de todo prejuicio injustificado —digo, incluso si nos condujéramos por el mundo guiados por una visión plenamente utilitaria y antropocéntrica (la cual, a estas alturas del argumento central de este Bestiario, quiero suponer, quedó atrás), tendríamos que reconocer que los tripulantes de las entrañas tienen mucho más a su mérito que esa versión opaca y un tanto rancia legada por la biología clásica—. Quizá haya llegado el momento de abocar nuestra atención hacia los linderos más sobrecogedores y fascinantes de su estirpe, terrenos en los que nada es lo que parece y donde la posesión psíquica y la representación escénica son cosa de todos los días. 

Y de toda la vasta diversidad que los caracteriza —recordemos que, de acuerdo con algunas estimaciones, las especies parasíticas superan a las de vida libre a razón de cuatro a uno—, definitivamente los más inquietantes, y a la vez más extraordinarios, son los titiriteros. Es decir, aquellos parásitos que para perseguir su subsistencia y lograr perpetuarse recurren a la manipulación mental de sus hospederos y los convierten en sus marionetas. O si se precisara ser más explícitos: valiéndose de proteínas, hormonas y neurotransmisores introducidas hábilmente dentro del cerebro de sus víctimas, estos maestros del teatro guiñol zoológico tienen la gracia de poder reescribir las pautas marcadas por el instinto y conducir las acciones del animal que esté bajo su influjo hacia tareas insospechadas. Generalmente convirtiéndolos en personajes delirantes de su propia tragedia. 

Imaginemos cómo podría ser el cartel promocional de este extravagante espectáculo de variedades. Quizá diría algo en el tono: “El extático circo de las telarañas mentales tiene el gusto de traer para ustedes a los fabulosos magos del arpegio sináptico, prestidigitadores que alteran drásticamente la conducta, quebrantan el sano juicio y aniquilan el libre albedrío de quien les brinde morada corporal involuntaria. No deje usted pasar esta oportunidad única para presenciar la desgarradora fuga del tritón del Borneo, al insaciable gusano gordiano de los grillos suicidas y a la intempestiva avispa escarlata de doble ala que esclaviza a tarántulas peludas varias veces más grandes que ella.”     

En los casos más extremos, algunos de estos parásitos también castran químicamente al espécimen que hayan subyugado o reconfiguran sus atributos fisionómicos de manera rotunda, por ejemplo, cambian su color o deforman sus apéndices e, incluso, atentan contra la propia vida del infestado, llevándolo llanamente a suicidarse o a ofrecerse como carnada fácil ante posibles depredadores, pues en su muerte reside la clave necesaria para que el parásito pueda continuar con su desenfrenada comedia existencial y alcanzar la siguiente etapa de su ciclo de vida. Y no estamos reseñando al primigenio cisticerco, cuya calcificación dentro del cerebro puede devenir en alucinaciones y arranques convulsivos, sino a invasores mucho más creativos y sofisticados. Intrusos de los tejidos con cualidades realmente prodigiosas, como el loable poder de convertir a los individuos que los llevan dentro en acróbatas de su teatrino personal. Piezas de juego en el trastornado e interminable ajedrez de la supervivencia.  

Los zombis sí existen, pero no están a merced de la magia negra o del vudú, sino que obedecen ciegamente al baile de hilos químicos comandados desde sus adentros por una serie de criaturas invertebradas. Gremio distinguido del teatro de las sombras que respiran, dramaturgos ilustres del circo de los títeres vivientes, un conjunto heterogéneo de domadores de fieras entre los que figuran gusanos, hongos, insectos y protozoarios que, tras irrumpir e instalarse en las entrañas ajenas, esgrimen su peculiar oficio de directores de orquesta anatómicos y ejercen un fino control neuronal sobre sus anfitriones, lo que impulsa a estos últimos a cometer actos que de otra manera serían inconcebibles para su naturaleza. 

Quizá lo más parecido que tenemos los humanos a este poder, o que al menos nos permite vislumbrar un fenómeno análogo al secuestro de la voluntad del que son presas las víctimas de los parásitos titiriteros, es el efecto desatado por la devastadora sustancia psicoactiva llamada “escopolamina”, un alcaloide tropánico con propiedades neurotóxicas, presente en la “burundanga o borrachera colombiana” —planta del género Brugmansia que incluye al floripondio, emparentada también con las poderosas “Daturas”, o sea el toloache y sus semejantes—, utilizada con fines rituales o alucinógenos, y en tiempos recientes, criminales. Ya sea que el polvo con escopolamina sea vertido en el trago de algún comensal incauto en un bar o directamente soplado a la cara de algún transeúnte en plena vía pública, el resultado es el mismo: tras la exposición, el afectado pierde la capacidad de decidir sobre sus acciones y queda totalmente a disposición de las instrucciones que le sean dadas por quienes lo estén manipulando. Es como una especie de lobotomía transitoria, sin embargo, curiosamente, las demás habilidades cognitivas y motoras no se ven afectadas, por lo que el poseído es perfectamente capaz de revelar códigos de seguridad de cuentas bancarias, suministrar información comprometedora, e incluso, se presta con gusto a conducir a sus secuestradores a su propia casa y entregarles todas sus pertenencias. 

Pero volviendo a lo que nos atañe. Varios de estos parásitos que, como veremos más adelante, dominan también el arte del funámbulo, han sido conducidos por la evolución a llevar ciclos de vida francamente desquiciados. Pautas de crecimiento que en muchas ocasiones allanan la anatomía no de uno, sino de una serie de hospederos diferentes; es decir, para conseguir finalmente propagarse no basta con doblegar psíquicamente al animal particular que funja como el hospedero definitivo en la saga, sino que, antes, el maestro titiritero se ve confrontado con la compleja faena de hacer lo propio con otros protagonistas, los llamados hospederos intermediarios, dentro de los cuales el artífice va atravesando por las metamorfosis intrínsecas a las distintas fases de su desarrollo. 

El también exótico equilibrista y trapecista, docto en materia de malabares a distancia y escapismo, va saltando de un organismo al siguiente, transmitiéndose a sí mismo a lo largo de la cadena alimenticia embebido en las magras carnes de sus caballos de Troya. Y a veces, sin saberlo, siendo él mismo presa de una estrategia de manipulación paralela que acontece en sus adentros, pudiendo suceder que un “parásito de parásitos” o algún virus o bacteria lo controle a él y que entonces el juego de telones sea un verdadero galimatías que remite a esas “matroskas” rusas, en las que cada una de las muñecas superpuestas está utilizando a la siguiente en tamaño como su vehículo de transferencia. O si se prefiere emplear términos más adecuados para la indagación biológica, como su fenotipo extendido; claro que los seguidores de Richard Dawkins, quien acuñó el término, argumentarían que finalmente en la capa más profunda, en la “matroska” más pequeña e irreductible, están esos famosos genes egoísta que son los artífices supremos, los verdaderos maestros de maestros titiriteros, responsables de que exista todo el resto del elenco y que la gran ópera de la vida siga esponjándose hacia el infinito.   

Pero tampoco se trata aquí de complicar tanto las cosas, es casi seguro que nunca sabremos realmente quién es el que controla a quién en el implacable baile de máscaras. Por ahora el punto relevante es que, durante el proceso de desplazamiento faunístico, el maestro titiritero transforma a cada uno de los anfitriones en sus marionetas, disfraces que maniobra a placer para continuar con su estrategia teatral y alcanzar la siguiente parada en el tablero circular de su existencia.

Así que, sin más, abramos este breve catálogo de historias de manipulación cerebral, obras del guiñol orgánico que se escenifican cotidianamente en la floresta, algunas aciagas, otras sorprendentes y no pocas dignas de escenas “Ionescas” o de El tablero de las pasiones de juguete.¹ No obstante, todas ellas encantadoras a su manera y vivo manifiesto de que en el mundo natural “la realidad siempre será más extraña que la ficción”.

[Se escucha un redoble de tambores. La luz se va apagando poco a poco]

ACTO II

Puesta en escena

Leucochloridium paradoxum, el gusano que desquicia a los caracoles

Este titiritero que gusta de la pantomima, quizá uno de los más célebres de su clase, se reproduce dentro del aparato digestivo de distintas aves, las cuales fungen como sus hospederos definitivos. Posteriormente, las larvas son expulsadas a través del excremento del pájaro infestado y aterrizan, tiro parabólico como de hombre bala mediante, sobre el follaje. La larva busca entonces el brote más apetitoso de materia vegetal que esté a su alcance, pues sólo podrá pasar a la siguiente fase de su ciclo de vida si un incauto caracol se la devora junto con el alimento que consume a mordiscos. Y es cuando lo consigue que comienza la función. 

El actor se prepara, despliega sus hilos químicos y toma el control del molusco. Secuestra su mente y la manipula para que dé las órdenes pertinentes para encausar a que el caracol abandone la seguridad de su guarida y trepe hasta las copas de los árboles, sitio en el que aumenta la probabilidad de que alguna ave lo atrape y así el gusano pueda completar su ciclo de vida. Sin embargo, el maestro titiritero es precavido y para no dejar una cuestión tan apremiante a la suerte, realiza uno de los actos con apariencia más extravagante dentro del reino animal. 

Lo que sucede es que el gusano se interna dentro de los tentáculos oculares del caracol, los inflama a varias veces su tamaño habitual y comienza a dar vueltas en espiral sobre su propio eje, ocasionando que del rostro del caracol, ya de por sí enigmático, se disparen dos reguiletes coloridos, cilindros de movimiento cíclico que recuerdan a esos pilares rojo con azul que penden en el exterior de las barberías clásicas, señuelo que atrae a las aves de manera sumamente efectiva pues emula a las gusanas ciegas que figuran como su merienda favorita, y el resto es historia conocida.

Spinochordodes tellinii, el gusano gordiano de los grillos suicidas

La diminuta larva del gusano gordiano, otro maestro del tablado de la manipulación mental, penetra en sus víctimas, grillos de especies diversas, por medio de su aparato digestivo. Dentro de éstos se desarrolla apaciblemente, robando el alimento que consume el infestado para así pasar de pequeña larva a la etapa adulta: un gusano delgado y largo como un cabello humano, que puede rebasar los diez centímetros de longitud; con el pequeño detalle de que solamente puede reproducirse dentro del agua, así que cuando llega el momento de buscar pareja, el titiritero consumado secreta ciertas proteínas que confunden la mente de su anfitrión y lo hacen comportarse erráticamente. Y cuando el grillo se aproxima a un cuerpo de agua, el hábil artista lo empuja a que salte con devoción dentro del líquido y se suicide. 

Es entonces, una vez sumergido en el líquido, que el gusano procede a emerger del cadáver de su hospedero, realizando un acto de escapismo el cual, dado que usualmente las dimensiones del invasor exceden por varias veces a las del grillo, agita al observador como si se tratara de una ensoñación sombría de H.P. Lovecraft. Postal digna de los encantadores de serpientes del Sinaí. El caso es que una vez abandonada la marioneta que lo vistiera, el hábil volantinero se encomienda finalmente a los elixires del erotismo y la reproducción. 

Cabe remarcar que los grillos parasitados no son la excepción en su entorno, algunos autores japoneses han reportado que existen sistemas cercanos a riachuelos donde los grillos ahogados por estos gusanos constituyen más del 70% del alimento de los peces locales; lo cual resuena con dos aspectos ya mencionados en este Bestiario: que los parásitos son un factor sumamente influyente en la ecología en sentido amplio y que con cada movimiento que acontece sobre el tablero del interminable ajedrez existencial, los senderos se bifurcan hacia nuevas oportunidades de que la vida prospere. 

Ophinocordyceps unilaterales, el hongo que esclaviza a las hormigas

Este hongo que invade hormigas de distintas especies accede a sus víctimas a través de esporas microscópicas. Una vez dentro crece desarrollando filamentos mucilaginosos que toman el control de su hospedero. Después, en contra del más básico instinto de supervivencia por parte de la hormiga anfitriona, el hongo marionetista la obliga a engullir fragmentos de hojas venenosas. Y cuando el insecto se encuentra convaleciente, lo fuerza a buscar las alturas de las ramas. Arrastra sus seis extremidades, manejándolas como si fuese un mecanismo alegórico, para que suba lo más alto posible y posteriormente hace que se ancle sobre la vegetación y sólo entonces permite que muera. 

Por fuera quizá podría dar la impresión de ser tan sólo una hormiga muerta más, pero en realidad es una bomba de tiempo. Y es que, al poco rato de que la hormiga haya caído, derrotada, tiene lugar la desconcertante revelación: el antes imperceptible hongo emerge a través de la cabeza de su víctima, perforando su exoesqueleto y desplegando un cuerpo frutal alargado y puntiagudo tipo champiñón que desperdigará las esporas que, a su vez, invadirán a más hormigas. El asunto de la altura responde al cometido del parásito de que sus valiosas esporas alcancen el radio de acción más extenso posible. 

También puede suceder que otras hormigas encuentren a su compañera en mal estado y la transporten de vuelta a la seguridad del nido. Da igual, o incluso resulta más provechoso para el parásito, pues su propósito es transmitir sus esporas al mayor número de víctimas potenciales y qué mejor manera de conseguirlo que liberándolas dentro del mismo hormiguero. 

Ahora bien, la diversidad de estos hongos no se limita en exclusiva a las hormigas —que, sumando unas doce mil especies, tampoco es que sean poca cosa—, sino que existen otras variedades especializadas para invadir avispas y escarabajos. En cualquiera de sus formas, lo que se repite es la turbadora secuencia en la que, a partir de la carcasa de un organismo por lo demás aparentemente sano, de pronto emergen disparados turgentes champiñones.  

Avispas que convierten diferentes tipos de artrópodos en sus zombis

Pareciera que los himenópteros se inclinan por las vertientes del oficio titiritero a distancia, en el sentido de que, aun sin estar propiamente dentro o siquiera en contacto directo con sus marionetas, son capaces de hacerlas realizar trucos fantásticos. Digamos que han perfeccionado ese oscuro arte de crear muertos vivientes, socorrido por chamanes y hechiceros desde tiempos inmemorables, y es que los casos de avispas parasitoides que se valen de convertir a algún insecto o arácnido despistado en su zombi personal no son para nada raros. Al contrario, la posesión psíquica y corporal de otros artrópodos representa una estrategia más bien frecuente entre el grupo, sumando aproximadamente unas 650 mil especies distintas de avispas las que la llevan a cabo; para tener una perspectiva de qué tantas son, podríamos considerar que exceden con creces al número total de especies de plantas conocidas en el planeta, cifra que ronda las 390 mil. 

Por si no fuera suficiente, cada una de estas avispas ha ido refinando sus hechizos de parálisis y manipulación mental hasta alcanzar límites de especialización verdaderamente insólitos, como quimioterapia dirigida, de una especificidad y eficiencia envidiables. Todo esto, por supuesto, siguiendo esa pulsión ineludible que guía a todo ser vivo: multiplicarse. 

La avispa de ojos verdes, Dinacampus coccinellae, por ejemplo, utiliza a las catarinas a manera de incubadora y nana para sus crías. Lo que sucede es que mamá avispa primero localiza a una candidata idónea, quizá un ejemplar un poco más robusto y bermellón que el resto, aunque ignoro cuales sean los atributos realmente favorecidos por las inquisitivas avispas; después se abalanza con determinación sobre la elegida y en un sólo movimiento certero y feroz le introduce su afilado aguijón entre la cabeza y el tórax. Por medio de este estilete mamá avispa deposita un huevo y un paquete de químicos en el interior del insecto moteado y se retira de la escena. Durante algunos días la catarina seleccionada actúa normalmente, ignorando por completo que el alimento que consume en realidad está nutriendo a la larva de la avispa que se encuentra en su interior. Cuando la larva llega a su desarrollo óptimo, con mucho cuidado emerge del cuerpo de su tutora y forma una crisálida bajo el contorno del insecto. El paquete de químicos transforma entonces a la catarina infectada en un zombi que cuidará fielmente de la crisálida hasta que la avispa alcance la etapa adulta. 

Algo similar sucede en el caso de Hymenoepimecis arggyraphaga, una avispa oriunda de Costa Rica que, para tales fines, emplea una araña en lugar de una catarina. Y la secuencia de hechos se desarrolla más o menos así: primero, mamá avispa localiza una araña que le resulte convincente, después pega su huevo sobre el vientre de la elegida y se retira. Unos días más tarde la larva eclosiona y en cuanto lo hace realiza tres orificios en el abdomen de la víctima, succiona su sangre y la convierte en zombi. Cuando la larva alcanza su máximo tamaño, la araña hechizada procede a deshacer su telaraña habitual para tejer una nueva y diferente, una estructura especial que ninguna araña en su sano juicio erigiría y cuya única función es mantener a salvo a la crisálida de la avispa hasta que esta consiga llegar a la etapa adulta.

Existen también avispas parasitoides que utilizan orugas, otras prefieren tarántulas, unas más libélulas y no pocas se inclinan por las moscas. Pero quizá la mayor parte de ellas lo que ansían son los lustrosos y estoicos escarabajos o alguna clase de gorgojo, a los cuales embargan por medio de su corrosivo piquete, acertando exactamente en el único punto débil de la dura armadura que los protege, es decir, justo en la coyuntura que divide a la cabeza del tórax, y los inmovilizan emulando a esa Brunilda, la princesa disecada, con la cual comienza la majestuosa novela de caballería Galaor Posteriormente, una vez paralizado el que fuera dios egipcio, lo entierran bajo el suelo junto con sus huevos. 

Emplean al escarabajo sometido y taxidermizado en vida como reserva alimenticia para que las larvas se lo vayan comiendo literalmente vivo conforme crecen. Es de notar que cada especie de avispa elige a un tipo particular de escarabajo, víctima seleccionada de acuerdo con su constitución corporal, pues ésta corresponde exactamente con todo el alimento necesario para que las larvas alcancen la etapa adulta y abandonen su refugio subterráneo. Pero no escribiré más al respecto de avispas o escarabajos, pues sobre ello lo ha hecho ya, y de manera magistral, el virtuoso Jean-Henri Fabre en su libro Recuerdos entomológicos, la maravillosa vida de los insectos, joya imprescindible de la literatura científica.³

[Se escucha el repiqueteo del tambor y una trompeta en la lejanía. La luz se paga de golpe]

ACTO III 

Conclusión

La lista de puestas en escena de las manipulaciones mentales realizadas por los maestros titiriteros podría extenderse ampliamente: ranas que son obligadas a rebotar panza arriba sobre la orilla de los lagos —comportándose básicamente como carnada pulsante— en busca de atraer al siguiente hospedero al que necesita llegar el parásito: alguna serpiente de agua, y que ésta se coma al anuro infestado.

Podríamos citar también a los peces cuyos secuestradores los empujan a saltar fuera del agua, siendo así presa fácil para las aves marinas. O bien, al gusano que, tras haber invadido a un bálano o percebe, lo manipula para que se adose sobre el caparazón de un cangrejo y realice un orificio en su exoesqueleto, a través del cual el parásito penetra y, una de dos: si se trata de un macho le cambia el sexo, si es una hembra la deja como está, el punto es que engaña al organismo para que éste crea que está cargado y, por consiguiente, escarbe el nido habitual en el que se lleva a cabo la gestación de sus huevos, claro que en este caso será para los huevos del parásito y no los del cangrejo.   

Llevando las cosas aún más lejos, hay instancias en las que los parásitos no sólo afectan a un individuo aislado, sino que corrompen a un conjunto de ejemplares al mismo tiempo, modificando así la conducta de todo el grupo afectado. Es el caso de la planaria que ataca a los diminutos camarones de agua dulce conocidos como “artemia”, acaso conocidos como see monkeys por aquellos lectores que hayan crecido durante los años ochenta; se trata de animalillos sumamente populares y presentes en los acuarios de todo el mundo civilizado como alimento vivo para peces de ornato. 

El caso es que, para quienes no lo sepan o sólo hayan tenido la oportunidad de ver a las delicadas artemias en las tiendas de animales, su verdadero color es blanquecino, su sutil cuerpo confeccionado por una especie de rosa pálido casi transparente; al menos cuando se encuentran libres de parásitos, porque cuando no es así, su aspecto cambia rotundamente. Y es que las planarias que las invaden no alteran en exclusiva su coloración habitual, dejándola en un rojo brillante, sino que, además, las obligan a nadar en grupos nutridos cuando por lo general son organismos más bien solitarios. Sobra decir que estas nubes difusas de camarones color rojo brillante aumentan la probabilidad de que un flamenco se los coma y que así el parásito sea capaz de completar su ciclo de vida.4

Por último, quedaría formular la incógnita que probablemente esté rondando en la cabeza de los lectores desde hace algunas páginas. Y es que en el contexto de la amplia gama de organismos cuyo cerebro es usurpado por los maestros titiriteros, ¿es posible que el Homo sapiens se encuentre exento de ser presa de la manipulación mental? ¿O acaso existe alguna clase de parásito sigiloso capaz de secuestrar nuestra psique y controlar nuestras acciones? 

La respuesta es por demás estremecedora, pero merece un ensayo aparte. Y éste comienza en la siguiente página del presente Bestiario.

[Doble redoble de tambores. La luz se difumina y se cierra el telón.]

FUENTES DE CONSULTA

¹ En 1985, el gran Hugo Hiriart, dramaturgo y escritor destacado, creó el “Meccanodramático”, artificio escénico que conlleva el cuestionamiento del papel del juego, el azar y la estrategia en la vida, la locura, la pasión, los sentimientos de deseo y la traición, mediante el uso de títeres y juguetes. Lo cual, por alguna razón, siempre me ha recordado a los parásitos de los que estamos hablando, quizá esto sea deba, en parte, a que me parece que sería una forma por demás adecuada para representar sus delirantes ciclos de vida e historias de manipulación mental en un montaje escénico, pero también porque, de alguna manera, funciona en sentido inverso, como si lo que sucede día con día en la floresta emulara al universo contenido en el tablero de juego, como si la evolución completa no fuera otra cosa que una contienda interminable por la supervivencia, la muerte de unos significando sólo la oportunidad para que otros prosperen. Pues, a fin de cuentas, si nos atenemos a términos globales y dejamos el individualismo de lado: “la vida no se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

² Brunilda ha sido encantada al momento de nacer. Cuatro hadas le han conferido dones que, en el mundo fantástico, la harían la más grácil, la más nubil entre las doncellas pero que, en el mundo de Galaor, la convierten en una crisálida con voz de tenor, con cuello de joven esforzado, musculoso y marmóreo como piel de un discóbolo. Sin embargo, un hada, Sota de Espadas, antes conocida como Morgana, le confiere a la doncella un sueño eterno que congele su fealdad, un sueño del que sólo despertará ante una muestra de amor desinteresado. Ésta es la premisa de Galaor, una novela de caballería donde la mitología y una imaginería esperpéntica se confabulan para crear un mundo donde los caballeros andantes conviven con Camaleoparditis, con grifos, con grandes reinos medievales. Para seguir leyendo, visite: http://bibliosvitae.blogspot.com/2006/12/galaor-hugo-hiriart.html. O mejor aún, escúchelo leído en la voz de su autor, es decir la del propio Hugo Hiriart: https://www.youtube.com/watch?v=Fgs90xRIKQc

³ La vida maravillosa de los insectos es el apasionante relato del gran naturalista y extraordinario divulgador científico francés Jean-Henri Fabre (1823-1915). La selección, traducción y comentario biográfico de los Recuerdos entomológicos de Fabre que hiciera el doctor Manuel Martínez Báez, ha sido publicada recientemente por El Colegio Nacional en una segunda edición, ahora revisada por Antonio Bolívar, e ilustrada con espléndidas fotografías originales. Insisto, una pieza literaria rica y entretenida, imprescindible para todo naturalista, en potencia o consumado. Disponible en forma física en numerosas librerías y en formato digital en www.libroscolnal.com

4 Pero no se quede usted con esta burda descripción, si le interesa el caso, no deje de ser embelesado por la apasionante charla de Ed Yong en ted: “Zombie roaches and other parasite tales”, en donde, además de otras historias de manipulación mental, se incluye fotografías y videos que capturan a los maestros titiriteros en acción, disponible en la plataforma de ted.com con subtítulos a más de treinta y cuatro idiomas, así que no hay excusas.

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