La infame chinche besucona o del Chagas y el mal de la muerte silenciosa
“Se mete en tu cama, te muerde y te caga, luego te rascas y te contagias”. Así rezaba un grafiti que me encontré deambulando por San Pedro Pochutla, desquiciado paraje urbano enclavado entre la sierra y la costa oaxaqueña. Asfalto chicloso por el calor, tráfico agobiante, comercio revuelto, retenes militares y algunos tugurios de mala muerte que harían parecer a los de Tijuana un mero entretenimiento para niños. En suma, todos los atributos necesarios para constituir exactamente lo opuesto al paraíso terrenal que uno tiene en mente cuando viaja a estas latitudes zapotecas.
¿Motivo de la visita? Escala obligatoria hacia la playa: cambio de transporte, del autobús nocturno a la suburban colectiva. O quizás la razón sea de tipo monetaria, pues Pochutla es el poblado más próximo a Zipolite, San Agustinillo y Mazunte que cuenta con cajeros automáticos funcionales. Y también está la posibilidad, como era mi caso, de que la finalidad de pisar tan hosco territorio se deba al mercado de los lunes, donde se vende el mejor chicharrón de todo el hemisferio norte del planeta. En fin, no es tan importante, el punto es que al doblar una esquina me encontré de súbito con ese muro sudoroso. La roca áspera adornada por aquella leyenda incómoda.
Volví a leer los carácteres del rótulo pintados con color rojo, de manera que asemejaban sangre, y me llené de desconcierto. No estaba del todo seguro de a qué se refería la frase angustiante que formulaban aquellas palabras: “se mete en tu cama, te muerde y te caga, luego te rascas y te contagias”. Sonaba a la peor de las enfermedades venéreas. Sin embargo, tal hipótesis parecía más propia de la escena sadomasoquista berlinesa que del México profundo. Fue entonces que atiné a identificar el dibujo de fondo.
Al principio su contorno me pareció incomprensible, la pintura desgastada tampoco ayudaba en mucho al proceso. No obstante, tras recorrer varias veces la silueta con la mirada, poco a poco la anatomía plasmada comenzó a cobrar sentido. Hasta que no quedó lugar a dudas, se trataba de un insecto. Una especie de cucaracha grande y plana que hundía malignamente su probóscide dentro de un brazo humano. Sentí un escalofrío, había que reconocer que el artista tenía destreza: el dibujo producía asco.
Me alejé perturbado por la grotesca imagen. Tenía la extraña sensación de que no era la primera vez que la veía. ¿Dónde había escuchado antes algo similar? Te muerde y te caga. Rumié mentalmente un poco al respecto, pero pronto el sol inclemente me hizo olvidar todo menos el deseo imperioso de un agua de guanábana.
No fue hasta unos días después que el asunto recobró importancia. En la ventana de una clínica de Puerto Ángel descubrí un cartel descolorido de la Secretaría de Salud y de golpe todas las piezas del rompecabezas encontraron su lugar. La superficie lustrosa mostraba tres fotografías, de insectos similares al retratado en el grafiti que había visto en Pochutla, acompañadas por la frase: “Zona de Chagas, ex- treme sus precauciones”. En ese momento caí en la cuenta de que me había equivocado en mi lectura del dibujo sobre la pared, no se trataba de una cucaracha, sino de la temible e infame chinche besucona. Hurgué un poco en mi memoria y pronto los recuerdos de la carrera de biología comenzaron a aflorar. Claro que había escuchado la historia con anterioridad. El déjà vu dejó de ser un misterio para dar paso a la certidumbre. Aquella pieza de arte callejero hacía alusión a la enfermedad infecciosa tropical conocida como Mal de Chagas, la muerte silenciosa.
En palabras de la doctora Teresa Uribarren Berrueta, del Departamento de Microbiología y Parasitología, Facultad de Medicina, UNAM: “La enfermedad de Chagas o Trypanosomosis americana es una infección sistémica causada por el protozoo Trypanosoma cruzi. Es una zoonosis en la que participan un gran número de reservorios vertebrados y transmisores triatómicos (chinches). Su importancia radica en su elevada prevalencia, su incurabilidad, las grandes pérdidas económicas por incapacidad laboral, y la muerte repentina de personas aparentemente sanas. Se contempla dentro de la lista de las principales ‘enfermedades desatendidas’ por la organización mundial de la salud (OMS)”.
No son declaraciones para ser tomadas a la ligera, según la OMS actualmente existen entre 8 y 10 millones de personas contagiadas, principalmente en México y América Latina, donde la enfermedad de Chagas es endémica; con un riesgo latente de que 25 millones de incautos más sean infectados próximamente, a razón de 56 mil nuevos casos anuales y 12 mil muertes sorpresivas por año. Así mismo cada vez son más frecuentes los casos en países donde antes no se encontraba el mal, incluyendo Estados Unidos, Canadá, Australia y varias naciones europeas, con un brote considerable en España.
El mal de Chagas recibió su nombre gracias al investigador que la describió por primera vez en 1909: Carlos Justiniano Ribeiro das Chagas (1879-1934), célebre medico brasileño que dedicó gran parte de su trabajo a combatir las enfermedades tropicales y que hoy en día aún aparece plasmado en los billetes de la nación carioca.
Al igual que tantos otros males que aquejan a la humanidad, el Chagas es ocasionado por un parásito. Para ser más exactos por Trypanosoma cruzi, un diminuto protozoario flagelado que utiliza la sangre y los tejidos humanos, así como los de otros mamíferos, como reservorio para multiplicarse; y se vale de insectos hematófagos para propagarse. El nombre de este género de parásitos proviene del griego: τρÚπανον, trýpanon, que significa taladro, y σῶμα, soma, que significa cuerpo; pues en su gran mayoría los miembros de este grupo taxonómico penetran en la anatomía ajena a través del piquete de distintos tipos de artrópodos. Su ciclo de vida es sumamente complejo, involucra varios estadios corporales distintos dentro de cada uno de los hospederos a los que invade.
Como quizás ya sea un tanto obvio para estas alturas del partido, el principal vector de trasmisión del Chagas es la chinche besucona, conocida también como vinchuca en el cono sur, pito en Colombia, chipo en Venezuela y bareiros en Brasil. En realidad, todos estos son nombres genéricos para referirse a un grupo de insectos triatóminos que se alimentan de sangre. Se estima que existen alrededor de una veintena de especies distintas de este tipo de ar- trópodos capaces de trasmitir el parásito, las siguientes son las más comunes en México: Triatoma barberi, T. pallidipen- nis y T. dimidiata.
Los organismos de los que estamos hablando son relativamente grandes cuando alcanzan su estado adulto, o al menos en lo que a chinches se refiere, alcanzan unos tres centímetros de longitud, con cuerpos anchos y aplanados. Cuentan con alas rugosas, seis patas alargadas, cabeza pequeña en relación con el cuerpo y antenas y probóscide prominentes. Sus colores y patrones varían de acuerdo con la especie, pero con frecuencia los ejemplares son negros con detalles naranjas, amarillos o cafés. No iría tan lejos como para afirmar que su aspecto es maligno, pero si uno quisiera forzar el término no resultaría del todo descabellado para el ciudadano promedio. Lo que es seguro es que su semblante invariablemente resulta angustiante.
La chinche besucona es de hábitos nocturnos, suele refugiarse dentro de grietas y ranuras en áreas rurales durante el día y salir a buscar alimento por la noche. Cuando encuentra una merienda apetitosa, digamos un niño dormido, por poner un ejemplo, clava su probóscide afilada a través de la piel y alcanza el dulce elíxir que constituye su alimento. Siempre pican en áreas expuestas, por lo que no es extraño que el avance hematófago suceda sobre el rostro del desgraciado. Sin embargo, a pesar de lo que podría parecer, el parásito no se transmite por medio de la picadura, sino a través de las heces fecales del insecto.
Sucede que el Trypanosoma cruzi se alberga en el tracto digestivo de su hospedero artrópodo y para ser capaz de invadir el torrente sanguíneo del siguiente organismo en su esquema existencial parasitario, en este caso el niño del que estábamos hablando, es menester que la chinche defeque sobre la piel del afectado. Claro que los estómagos de los triatóminos son pequeños y una vez saciado su apetito regularmente se ven en la necesidad de ir al baño. Como los modales de los insectos no dictan nada en contra de comer y cagar en la misma mesa, pues no es extraño que el desecho que expulsan termine sobre la herida. Esto aumenta considerablemente la posibilidad de atinar en el blanco, debido a la reacción urticante causada por la laceración del tejido, misma que lleva a la incauta víctima a rascarse o frotarse y así introducir de manera ingenua al parásito en su vida.
Cabe señalar que las heces fecales no necesariamente tienen que aterrizar sobre la picadura para que el tripanosoma cumpla con su cometido de invasión, cualquier otra herida abierta funcionará para la misiva, al igual que los ojos o la boca. Aunque la chinche definitivamente constituye el medio de transmisión más importante, también existen otras maneras de contraer el parásito:
- Por transfusión sanguínea o transplante de órganos infectados.
- De manera congénita, de la madre infectada al hijo durante el embarazo o el parto; la OMS estima que únicamente en Latinoamérica hay unos 2 millones de mujeres en edad fértil susceptibles de pasar el parásito al feto.
- De manera oral, a través de la ingesta de materiales contaminados con excretas de chinches o secreciones de otros reservorios infectados (armadillo, perro, gato, tlacuache, etc.).
- Accidentes de laboratorio.
Según la página electrónica de la OMS, la enfermedad de Chagas tiene dos fases claramente diferenciadas y una intermedia insidiosa y difícil de detectar. Las dos etapas bien identificadas son conocidas como fase aguda y fase crónica, la primera es con la que se inicia el mal de la muerte silenciosa: dura unos dos meses después de contraerse la infección, tiempo durante el cual circulan por el torrente sanguíneo una gran cantidad de parásitos. En la mayoría de los casos no hay síntomas o estos son leves. Pero puede presentarse fiebre, dolor de cabeza, agrandamiento de ganglios linfáticos, palidez, dolores musculares, dificultad para respirar, hinchazón y dolor abdominal o torácico. En menos del cincuenta por ciento de las personas picadas por un triatomíneo, un signo inicial característico puede ser una lesión cutánea o una hinchazón amoratada de un párpado, llamada romaña.
Después, durante la fase crónica, los parásitos permanecen ocultos principalmente en el músculo cardiaco y digestivo. Hasta un treinta por ciento de los pacientes sufren trastornos cardiacos y hasta un diez por ciento tienen alteraciones digestivas —típicamente, agrandamiento del esófago o del colon—, neurológicas o mixtas. Con el paso de los años, la infección puede causar muerte súbita o insuficiencia cardiaca por la destrucción progresiva del músculo cardiaco. Y bueno, también está la posibilidad, sumamente sobrecogedora, de que la muerte llegue sin previo aviso; sin que se presente ningún síntoma o signo que demuestre su presencia, podría haber sido contraída diez o quince años antes y que el enfermo u enferma nunca se hubiera percatado de ello. Lo cual torna el asunto en una cuestión bastante turbadora y de ahí el título muerte silenciosa.
Como suele suceder con muchas otras patologías, el tratamiento efectivo del Chagas depende de un diagnóstico temprano. La dificultad, como ya se mencionó antes, radica en que en muchos casos no se presentan síntomas, lo que oscurece un posible diagnóstico. En todo caso, siempre son necesarias pruebas de laboratorio para determinar su presencia; en la fase aguda se deben buscar parásitos en la sangre, y en la crónica anticuerpos. Existen dos medicamentos capaces de eliminar al parásito con gran éxito, si se administran en los primeros meses de la infección, el problema es que su eficacia decae radicalmente conforme avanza la enfermedad; y además son fármacos relativamente tóxicos —con reacciones secundarias adversas en hasta el cuarenta por ciento de los pacientes— como para utilizarse de manera únicamente preventiva. Además de que ninguno debe de ser administrado a mujeres embarazadas, ni a personas con insuficiencia renal o hepática, también están contraindicados en personas con antecedentes de enfermedades del sistema nervioso, neurológicas o trastornos psiquiátricos.
Debido a que existen una gran cantidad de animales, tanto domésticos como salvajes, que pueden fungir como posibles reservorios del parásito, suena sumamente improbable que algún día el Trypanosoma cruzi sea erradicado por completo. Por lo que quizás la mejor arma con la que contamos para combatir el Chagas sea evitar su transmisión, es decir, mantenerse a salvo de la temida chinche: dormir con mosquitero en zonas de riesgo, aumentar el control de calidad en la sangre destinada para transfusiones y prestar atención a la higiene de los alimentos.
Dos semanas después de haber presenciado el ya conocido rótulo que terminó por desatar mi impulso por escribir este ensayo, un grito me sacó de mi letargo costeño. Era de noche y me encontraba tumbado en una hamaca en Zipolite, cuando desde la cocina llegó la voz de alarma de mi primo: “No mames, ya me picó esta chingadera”, lo escuché vociferar colérico y a la vez un tanto preocupado. De inmediato en mi cabeza comenzaron a barajarse posibles culpables del ataque. “No te vayas a rascar”, me escuché decir estúpidamente mientras dirigía mis pasos hacia el lugar de los hechos. Evidentemente mi cerebro había elegido a una chinche como la probable responsable.
Alcancé la habitación agitado. Mi primo estaba rojo como un jitomate y se sujetaba el brazo con dolor. “¿Qué fue?’”, inquirí con una voz consternada y quebradiza que denotaba que involuntariamente me preparaba para lo peor. “Esa pendeja”, contestó, señalando con la barbilla hacia una esquina del techo. Giré la cabeza para constatar la identidad de la agresora, mis ojos se adecuaron para identificar el rotundo contorno plano y gordo. Sin embrago, mi mirada no dio con lo que esperaba y en cambió descubrí un pequeño nido de avispas. Suspiré, le di una palmada a mi primo que comenzaba a aplicar hielo sobre la herida y regresé a mi hamaca para seguir fantaseando con las infames chinches besuconas.
Una versión preliminar de este ensayo apareció en Distrito Feral, mi columna en Vice.com, junio 2015
La versión aquí presentada forma parte del libro: Faunologías, aproximaciones literarias al estudio de los animales inusuales Festina Publicaciones 2015, páginas totales 137
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