Chikungunya, crónica de una epidemia
Fotos de Pedro Gómez Millán
Visité Chacahua durante diciembre. Desde hace más de quince años acostumbro darme una vuelta por la comunidad ⎯una pequeña población pesquera embebida dentro del parque nacional “Lagunas de Chacahua”, en la costa oaxaqueña⎯ cada que me es posible. La playa amplia y libre de desarrollos turísticos de gran escala, los kilómetros de manglares prístinos, el oleaje activo y la tremenda biodiversidad (tortugas marinas, mantarrayas, cocodrilos, iguanas, tejones, boas, cangrejos, pelícanos y demás fieras emblemáticas del trópico) convierten el sitio en uno de los parajes más excepcionales del Pacifico mexicano y, sin duda, en uno de mis lugares favoritos sobre la faz de la Tierra. Pero de entre todas sus virtudes, la razón principal que me incita a volver son sus habitantes. Personajes entrañables con los que he entablado una amistad duradera.
Así es que llegué a Chacahua una vez más y en esta ocasión me encontré con una comunidad abatida por las secuelas de la plaga, consternada ante el abandono total de las autoridades sanitarias y afligida por la falta de información sobre que había sido exactamente los que les había pegado. Escuchando sus testimonios me percaté de que yo tampoco sabía mucho sobre este virus de reciente llegada a nuestro país y nombre casi impronunciable, que ha suscitado historias similares a lo largo y ancho de buena parte del territorio mexicano. Por lo que me dispuse a investigar.
Al filo de la temporada de lluvias de 2015 se presentó un pequeño contingente de la Secretaría de Salud en la comunidad costeña con el fin de alertar a la población sobre la inminente llegada de un virus nuevo a localidad. Se exhortaba a los pobladores a tomar medidas precautorias y limpiar sus terrenos de cacharros para evitar que los mosquitos —vector del virus en cuestión— se propagaran. Después los efectivos de salubridad continuaron su camino, dejando tras de sí poca información al respecto de la amenaza en puerta que un extraño nombre: Chikungunya.
Ante la desconcertante advertencia, la gente de la comunidad puso manos a la obra; niños y adultos se abocaron a la tarea de trasegar patios, terrenos baldíos y playas para eliminar llantas, botes, latas y demás desperdicios que, al fomentar el estancamiento de agua, representan un medio propicio para el desarrollo de larvas de mosco. El problema fue que el fenómeno de oleaje extremo, denominado como “mar de fondo”, había azotado recientemente las costas del Pacífico mexicano, ocasionado que la marea incrementara de manera drástica y arrastrara consigo más basura de la habitual.
Aproximadamente diez días más tarde se registró el primer incidente: una señora que regresaba de visitar a unos parientes en La Luz, un poblado a unas cuantas horas de distancia y que ya era devorado por el padecimiento, comenzó a presentar los síntomas característicos de la enfermedad: fiebre elevada, náuseas y dolor intenso de articulaciones. “Estaba tan jodida que la pobrecita no podía levantarse ni para ir al baño”, cuenta su sobrina Nayeli.
Pocos días más tarde empezaron a suscitarse nuevos casos; niños, viejos, mamás, papás y tíos caían doblegados por el malestar ante la mirada azorada de los que les rodeaban, hasta que prácticamente todo el pueblo parecía enfermo. La epidemia se había desatado.
De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el virus de la Chikungunya es originario de África, el primer brote se registró en Tanzania en 1952 y durante los siguientes cincuenta años la enfermedad se limitó a distintos países del continente africano. Sin embargo, a partir de 2005 comenzaron a presentarse casos en Asia y Oceanía, desde ese momento se han reportado cerca de 1.9 millones de casos en India, Myanmar, Tailandia e Indonesia. En 2007 la enfermedad alcanzó el continente europeo y en 2013 las islas del Caribe y el continente americano. En octubre de 2015 el Centro para Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), catalogó la trasmisión local en más de 43 países y territorios americanos, y registró cerca de 1.7 millones de casos en el Caribe y Latinoamérica. Durante el verano de ese mismo año la epidemia se propagó con fuerza inusitada por las costas y zonas cálidas mexicanas.
El nombre Chikungunya proviene del idioma africano kimakonde y significa “estar doblado”, en alusión a la posición que adopta el cuerpo del afligido ante el dolor extremo de las articulaciones. La trasmisión sucede por medio de la picadura de moscos, específicamente por hembras de las especies Aedes aegypti y Aedes albopictus, conocidas en nuestro país por ser también las que trasmiten el virus del dengue.
No se registra contagio directo de humano a humano; sin embargo —a diferencia del dengue, el cual se trasmite sólo a través de la picadura de moscos infectados previamente— cuando un mosco sano pica a una persona con Chikungunya, puede fungir como portador y contagiar a la siguiente persona que se cruce bajo su probóscide, lo cual le confiere un carácter epidémico a la enfermedad.
“Yo sentí que ya me iba. Así como que se me escapaba el aire. Pensé que dios ya me quería llevar”, dice Paula, de 55 años, estirando las manos y haciendo un ademán como implorando hacia el cielo. “Es que después de dos días de chinga en las piernas, en los que no pude ni poner pie sobre la arena porque sentía como si me clavaran cuchillos, quedé como muerta de la cintura para abajo”.
Linda Afrodita, la nieta de Paula, que tiene cinco años y está sentada sobre las piernas de su abuela, hace un gesto afirmativo con la cabeza, se toma la falange superior del dedo índice y dice: “Me dolía aquí”. Después, tomándose la siguiente falange, añade: “y aquí” —posteriormente señala su mano— “y aquí”. Luego se sujeta la muñeca y dice un tanto pensativa: “Y aquí. Es que me dolía todo mi cuerpecito”.
“Nombre, mano, hubieras visto, yo parecía como un potrillo tiernito. Era como un caballo recién nacido, todo acartonado y dando pasos acalambrados”, dice Luis Miguel de 22 años. Después me cuenta que en un principio se burlaba de sus amigos, diciéndoles que no fueran chillones, pero que, cuando le tocó caer enfermo a él, se percató de que no exageraban. “No, vergas, si no podía ni tragar un buche de agua”, concluye con una mueca desagradable.
Camaro (30 años), un joven fuerte y uno de los más duros de la localidad donde de por sí son gente recia ⎯habituados al trabajo arduo bajo el rayo del sol y la subsistencia autosuficiente⎯ cuenta que cuando le explotó la enfermedad se desplomó y no pudo volverse a parar en cuatro días. “Esa madre está muy pinche cabrona”, dice meneando la cabeza como si aún no diera crédito de sus recuerdos. “Me quería yo morir. Sentía como si tuviera llagas en los pies. Y lo peor es que como aquí vivimos prácticamente al día, pues no me podía dar el lujo de no ir a trabajar. Pero, puta, por cada día que lograba chambear, luego eran tres tumbado. Sentía como que se me quebraban las muñecas. Casi dos meses estuve así. Es más, todavía me jode aquí”, dice conforme se soba la muñeca izquierda.
De acuerdo con el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), los síntomas pueden comenzar a manifestarse entre tres y siete días después de la picadura (con un rango máximo de doce jornadas) y presentan una fase aguda variable, pudiendo durar tan poco como dos días o extenderse a más de diez. La Dra. Teresa Uribarren Berrueta del Departamento de Microbiología y Parasitología, Facultad de Medicina, UNAM, dice que el cuadro, de instalación abrupta, se caracteriza por fiebre elevada, dolor de espalda, cefalea y fatiga. El dolor articular se presenta de forma bilateral, simétrica, y compromete sobre todo a articulaciones distales, tales como muñecas, tobillos, falanges, en tanto que las articulaciones mayores más afectadas son hombros, codos y rodillas. Existen lesiones cutáneas en 40 – 50% de los casos, se ha reportado conjuntivitis en hasta 56% de los pacientes y afecciones digestivas entre 15 – 47%, con diarrea, náusea, vómito y dolor abdominal. La mayor parte de los pacientes refiere, asimismo, debilidad y fatiga.
Es posible que algunos de los síntomas, en especial el dolor de articulaciones, retornen de manera crónica por periodos prolongados, siendo posible que estos persistan durante meses e incluso años. No es común que los cuadros clínicos se compliquen más allá de las afecciones mencionadas, sin embargo, en personas mayores, que sufren enfermedades inmunodepresivas o bebes recién nacidos puede contribuir a la causa de muerte. Aunque en Chacahua no se registraron decesos, la angustia de saber que en algunas localidades cercanas, como Río Grande, sí hubo quienes perdieron la vida debido a la enfermedad, se posó como un velo nefasto sobre los que se iban contagiando.
Al día de hoy no existe un antiviral específico o vacuna para combatir la Chikungunya. El tratamiento se centra en paliar los efectos nocivos sobre el organismo con analgésicos, antiinflamatorios y suero electrolítico para evitar la deshidratación. Por lo pronto la mejor arma en su contra es la prevención: mosquiteros, repelentes, insecticidas y eliminar cacharros y posibles fuentes de propagación en las zonas de riesgo.
“¿Sabes por qué dudo que fuera el mosco?”, me pregunta Don Ñoño, a sus 98 años, quien además es el miembro más viejo de la comunidad, “porque de haber sido así, habrían venido a fumigar, como se supone que hicieron en otros lados. Pero aquí nada… Yo digo que hay gato encerrado.”
Esta parece ser una creencia común en el grueso de la población chacahueña, que en general se muestra escéptica ante la versión oficial de que la enfermedad se trasmite a través de los moscos. “¿Si fuera como el dengue, entonces cómo explicas que haya tanto?”, me pregunta Sandra, y después, sin esperar respuesta, agrega: “aquí hemos tenido dengue desde siempre y no pasan de uno o dos casos por año. Pero con esto, pues ya vez cómo nos fue… Nos cargó la chingada”.
Muchos opinan que el origen de la Chikungunya obedece a motivos más oscuros y no son pocos los que afirman que es algo que está en el aire. Don Ñoño propone que es un virus que se le chispó al gobierno y cita como ejemplo un incidente ocurrido en el Cerro de la Candona, no muy lejos de donde estamos, en el que, según sus fuentes, el PRI roció a los pobladores con la enfermedad para hacer experimentos de métodos de control. Ante la cara incrédula que hago automáticamente cuando escucho su versión conspiratoria, me dice: “¿O si no, cómo crees que esos cabrones van a lograr quedarse en el poder por otros setenta años?”
Teorías de este tipo tienden a aflorar cuando se confrontan circunstancias extremas en combinación con carencia de información fidedigna, como sucedió en el caso de esta epidemia en Chacahua y en muchas otras comunidades similares que fueron abandonadas a su suerte. No hay que olvidar que por estos rumbos no hay acceso a internet y que la señal de celular es una reliquia que se presenta, si acaso, una vez por semana.
En marzo de 2015, la CDC y la Secretaría de Salud, hicieron una estimación preliminar que arrojó un resultado de un total de 1,060 casos comprobados dentro de México, y corroboró que la enfermedad estaba presente (en orden de casos reportados) en Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Colima, Sinaloa, Sonora y Coahuila.
Más tarde, durante septiembre, el número total de casos oficiales incrementó a 5,721, como reportaron distintos diarios nacionales; a las entidades antes mencionadas, se sumaron prácticamente todos los estados del país que cuentan con costa, tanto en el Pacifico como en el Caribe y el Golfo de México.
Según la última estimación de la OMS, actualizada al día 15 de enero de 2016, en México se han registrado un total de 11,577 casos. No obstante, esta cifra representa un subregistro claro, pues el conteo se basa en datos obtenidos de páginas oficiales. Lo que sí es seguro es que a los poco más de mil doscientos individuos que componen la población total de Chacahua —dividida en dos cascos de población a ambos lados de la laguna— les pegó con tubo. Prácticamente todos se enfermaron.
La Dra. Marcia Hiriart, directora del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, opina que en definitiva el número total de casos a nivel nacional debe de ser mucho mayor al estimado, pues las entidades rurales, donde se presenta la mayor incidencia de la enfermedad, ni siquiera figuran dentro de las estadísticas gubernamentales. “Es más”, dice, “incluso en lugares más desarrollados, como Acapulco, la mayoría de habitantes contrajeron Chikungunya. Lo cual no parece estar reflejado en las estadísticas”.
Es posible que este año la epidemia alcance proporciones aún mayores. Se han reportado ya los primeros casos de Chikungunya en la Ciudad de México y otros estados del centro del país con densidades poblacionales elevadas. Por ahora nos protege el frío, pero es probable que durante los meses de verano la incidencia de contagio aumente considerablemente.
A esto, dice Hiriart, habría que sumar la reciente aparición en México del Zika, otro virus también trasmitido por las dos especies de moscos antes mencionadas, y que actualmente registra una erupción considerable en Brasil, con al menos 300 mil casos comprobados. Lo preocupante de esta patología es que está ligada con malformaciones fetales, específicamente microcefalia, y algunos estudios parecen sugerir que podría relacionarse con un tipo de parálisis autoinmune, llamada “Guillain-Barré”. La OMS recomienda a las mujeres embarazadas abstenerse de realizar viajes a Brasil y otros países sudamericanos afectados (lo cual promete generar controversia hacia mitades de año, cuando se acerquen las olimpiadas a celebrarse en julio en la nación carioca). Aquí puedes ver una inquietante proyección de The Lancet sobre cómo podría propagarse este virus.
Aquel que declaró: “El mosco es el peor enemigo de la humanidad”, probablemente tenía razón. No hace falta recordar que tan solo la malaria —enfermedad parasitaría trasmitida por moscos del genero Anopheles— se jacta de haber terminado con más vidas humanas que todas las guerras de la historia sumadas.
Este reportaje se publicó como: Chikungunya, crónica de una epidemia reportaje especial para Vice.com, 2016
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